sábado, 11 de enero de 2020

GONDELLIED





Reconoció de inmediato la música que sonaba nítida y clara, aunque amortiguada por la puerta aun cerrada. Se acercó casi sin aliento y tocó el timbre. 
-        Que alegría volver a verle Lord Oldman, ha pasado mucho tiempo. Acompáñeme, Madame le espera en la sala de música.
 La realidad toma entonces un plano casi teatral. Pisando aquella alfombra del corredor que tantas veces recorrió de niño le asalta el olor a la madera que cruje a su paso, al polvo de la moqueta centenaria, aquel olor acre de los lienzos de los cuadros de siempre, a los vetustos muebles de nogal, también a flores recién cortadas y al té negro recién hecho. Luego la melodía invadiendo cada recuerdo, cada recoveco de su cabeza, inundando sus sentidos, como si lo estuvieran filmando a cámara lenta en un solo plano secuencia donde él había compuesto la banda sonora original.  La escena era perfecta. Primero entra el mayordomo, luego él detrás, la imagen del inmenso piano en el centro de la estancia le golpea. Ese viejo, pero aún majestuoso piano de cola en medio del salón conserva todavía aquel brillante sonido que ahora vuelve a resonar desde su arpa con un efecto mágico, convirtiendo el resto de los elementos de la estancia en una mancha que se difumina lentamente a su alrededor. 
Suena la Gondellied nº5 de su libro de Canciones sin palabras. Hace ya tanto que compuso aquella pieza que ni lo recuerda. Por aquel entonces vivía viajando entre Alemania e Italia. Era el más joven y admirado compositor de su generación. Sus piezas se convirtieron en obras habituales en las salas de recitales. Se puso de moda que las familias aristócratas de Europa tuvieran como elemento de distinción poseer un piano en el salón de sus casas para ser tocado generalmente por las damas, como reclamo de virtudes. Se elevó así la demanda de piezas cortas, de estilo romántico en general, por lo que las suyas alcanzaron una aplastante popularidad, por su sencillez de ejecución sin menospreciar un delicado lirismo en sus temas. Aquella que sonaba ahora era una de esas obras, una pequeña gondellied sin mayores pretensiones.  Pero algo nuevo estaba sucediendo esta vez mientras escucha los primeros compases del tema principal, no sabía exactamente que era, pero le resulta tremendamente perturbador. Se estremece al darse cuenta que aunque aquella pieza ha sonado interpretada por los más grandes pianistas y por él mismo en los teatros más famosos de Europa, en los salones mas selectos de la aristocracia, aquella canción suena ahora como si se estuviera improvisando por primera vez. Como si sus notas estuvieran encadenándose sucesivamente cayendo desde las teclas del hermoso Schimmel acariciado por las manos de Elisabeth, que permanece sentada en el piano, dándole la espalda, posando sus blanquísimas manos sobre cada acorde con un gesto casi sobrenatural.
Veinte años han pasado desde que se marchó de aquella casa. En ese tiempo ella se convirtió en la Condesa de Lagerre, tuvo un hijo, vivió en Paris e interpretó ante la realeza de Versalles sus únicas y originales composiciones propias, convirtiéndose en la primera niña prodigio de Francia y la primera compositora mujer reconocida. Su fama se extendió a dimensiones de leyenda, no solo por su gracia, su magnífica ejecución, sino además por su figura de proporciones áureas y su presencia casi etérea. Todo cambió cuando ocurrió el accidente que volcó su carruaje de camino a Inglaterra. Murieron sus padres y su hijo que entonces tenía 10 años, también un prodigio de infante que había heredado su talento y su belleza. Fue una desgracia que asoló la vida de Elisabeth para siempre.  Poco después moría el Conde de Lagerre de una fulminante neumonía. Elisabeth se recluyo en su palacio a las afueras de Berlín durante 7 años, donde desapareció por completo de la vida publica. 
 Y ahora estaba allí tocando “su” gondellied para recibirle en el salón de su infancia, tocando el mismo piano donde hace ya tanto interpretaran juntos pequeñas suites a 4 manos. Aquellas cálidas tardes de verano, rodeados de los 300 ejemplares únicos de la inmensa biblioteca de su tío, ante las magnificas vidrieras por donde entraba una atardecer ambarino y ondulante, mientras el severo cuadro de su tía, la Duquesa de Essex, los observaba desde la altura, con aquel vestido azul eléctrico con el que se había empeñado en inmortalizarse. Todo permanecía exactamente igual, congelado en el tiempo.
La escena es sutil y tiernamente evocadora, la cámara de plano secuencia gira sobre él que permanece plantado cerca de la puerta mientras sigue con la mirada los pasos ya algo cansados de James, el mayordomo, mientras se retira y los deja solos. El viejo James aún se erguía orgulloso y altivo a pesar de sus 80 años. 
De repente ella ataca el pasaje “forte”, y el cambio de tonalidad a Do mayor le saca de ese momento de ensoñación para acercarse despacio a su lado. Elisabeth no pierde la concentración en ningún momento, al contrario, matiza mucho más cada fraseado y se inclina sobre el teclado con delicada naturalidad, permaneciendo indiferente a su presencia a pesar de que hace casi media vida que no se ven. El tiene ahora 37 años, ella 35. Él morirá un año después de una apoplejía cerebral, extraña enfermedad con la que fue maldecida su familia y que acabó también con la vida de su hermana y de su padre. 
Pero en este instante él reconoce que está viviendo un momento único, el momento donde entiende que ha recorrido el mundo buscando fama y reconocimiento, buscando lo que ahora, y sólo ahora sabe, ha estado siempre en aquel salón, en aquel piano y en aquella mujer que interpreta su música.  No supo darse cuenta hasta ese preciso instante que está ocurriendo como una revelación. Ese preciso instante en que Elisabeth acaba el tema en una larguísima y prolongada “fermata” congelada y perfecta, suspendida en el aire.
Entonces ella se levanta y se gira para mirarle, tiene los ojos vidriosos, pero le sonríen. Acerca sus delicadas y blancas manos para apretar tiernamente las suyas. Y así se quedan mirándose como dos niños divertidos en un encuentro casual, sonriendo, contándose lo mucho que se han echado de menos con las miradas. Así, unos minutos que parecen eternos y a continuación en un gesto mil veces repetido, ambos, sin hablar, se sientan y comienzan a tocar.

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…Para Marta Orta.

martes, 16 de julio de 2019

PARA QUE NO SE PIERDAN SUS NOMBRES.



Domitila Hernández, Noviembre 1937 .          Paulino Hernández , Fiestas del Cantillo, Abril 1936.

Me llamo Enedina Hernández y tengo 15 años. En casa ya solo quedo yo. Mamá está cada día más triste y llora todos los días. Papá ya no habla, al principio andaba sulfurado y nos peleaba. Ahora ni eso.
Mis hermanos mayores, antes de todo esto, hablaban con papa y mamá cosas de mayores que yo no entendía o no quería entender. Reunidos en la mesa de la cocina discutían por la empresa de guaguas de papá , el sindicato de transportes, la CNT.  Yo no sabía que era eso y nunca pregunté.
Un día Ernestina, dijo que ella también iba a ir con Amadeo y Paulino a los mítines. Papá se enfadó. Gritaba y gritaba, que -a ellos que les importaba que si un duro o 4 pesetas-. Eso gritaban, yo no entiendo. Mi hermana Ernestina también gritaba, me pareció que estaba llorando. Decía que le  cerraron la escuela del Barrio de la Salud. Por el levantamiento de Franco, decían. Esa pequeña escuela fue la primera que hubo. Pero Ernestina primero había dado clase en casa, como Domitila.
Domitila es la mayor, nació en Cuba cuando papá y mamá emigraron allí . Luego regresaron a Tenerife y aquí, en Tacoronte, nacimos los demás. Amadeo y Paulino, seguiditos,  luego Ernestina y yo.
Pobre Domitila, vamos a verla cada dos días Mamá y yo a la cárcel de mujeres de La Orotava. Lleva allí 6 meses. La semana pasada la vi tan delgada, tan frágil de salud, ella dice que en la cárcel no la tratan mal, que ahora que dejan que le lleven al niño, al Chicho, el más pequeño, ya está feliz. Pero está demacrada y tiene marcas de golpes en los brazos, yo se los vi, aunque se los tapa.
A Domitila fue la primera que se llevaron. Ella había estudiado costura en la Habana y bordaba tan bonito. Luego montó una academia de costura y todas las muchachas de Tacoronte se apuntaron. A los meses descubrió que la mayoría no sabían leer ni escribir. Ahí comenzó el problema. Domitila es un ángel, tiene el corazón lleno de cosas para dar. No supo decir que no. Y luego la gente del pueblo empezó a ir sin que nadie les dijera nada, los mayores y los niños. Les enseñaba a leer y a escribir y más cosas que sabía. Es muy lista y allí en Cuba aprendió mucho. Así y sin darse cuenta se hizo maestra.
De la escuela vinieron muchos niños a casa. Hijos de jornaleros de papá que no se podían hacer cargo, otros eran de viudas o de gente que se llevaron presa. Algunos se quedaban semanas. Siempre la casa llena de gente, no como ahora. Bueno están Nedi y Carmen, las pequeñas, vinieron y ya no se fueron. Ahora son la alegría de mamá, menos mal, porque está tan triste.
 Por eso se llevaron a Domitila aquella tarde los guardias civiles. Por la escuela. Decían que éramos de izquierdas, que los pobres no necesitaban leer ni escribir para trabajar en el campo.
Aquella tarde que se la llevaron era invierno cerrado y la "panza de burro" era densa y negra, más que otros días. Lo recuerdo como si fuera ayer. En la carretera del Cantillo, al lado del Casino de Tacoronte, donde está nuestra casa, primero apareció la furgoneta verde. Yo estaba sentada en la terraza. No sé por qué no le quité los ojos cuando la vi acercarse y pararse frente a  la casa. Luego apareció una guagua "perrera", no de La Exclusiva. Era azul y blanca, las otras eran rojas. Mi hermana iba en esa guagua que volvía de Santa Cruz.  En la parada de la guagua estaba la furgoneta verde. Entonces de ella bajó un guardia civil, una figura imponente, con tricornio y capote largo y un fusil al hombro. Me quedé mirando sin pestañear y en el recorrido de la mirada por la guagua, mis ojos se encontraron con los de mi hermana Domitila y me quedé paralizada. Vi cómo el guardia civil le hacia señas para que se bajara y cuando ella lo hizo, se acercaron y le hablaron. Yo estaba como en trance, no me moví ni dije nada. Veía que metían a mi hermana mayor a empujones en la furgoneta , y que mi sobrino Julián, tan pequeñito, 6 años, corría hacia ella y se metía entre sus piernas. Me acerqué temblando y la escuché decirle al niño, -no pasa nada Chicho, mamá pronto estará con ustedes.- Luego me miró a mi y dijo, -corre a casa y avisa de que me llevan presa. 
Aquel día yo empecé a entender, aunque no quería saber, supe.
Más tarde Ernestina retomó las clases que dejó Domitila. La gente del pueblo no tenía otro sitio y a pesar del miedo siguieron llevando los niños a casa .Ella al principio no quiso, decía que no había estudiado magisterio, que aún no la habían aceptado en la academia, que además se había apuntado a la facultad de medicina, sin ninguna esperanza, ya que pensaba que no la iban admitir. Por ser de izquierdas, creo yo. Pero la gente seguía llevando a los niños y no se pudo negar. Luego montó la escuelita del "Barrio de la Salud", y le gustaba tanto. La escuela la cerraron hace unos meses, por el levantamiento. Dicen que Ernestina es anarquista, yo no sé que es eso. Anarco-sindicalista, que palabra tan difícil.
Ayer por fin vino Ernestina. Llevábamos 2 meses que no sabíamos de ellos.
Entró apresurada por la puerta de la cocina, estaba pálida y sudorosa. Mamá se asustó. -Pero Tini, donde estaban? – dijo sollozando- y tus hermanos?.
Fuimos los tres al mitin en Santa Cruz- dijo- los guardia civiles nos dispersaron a porrazos, todo el mundo corría. Yo iba al principio con Amadeo y Paulino, Miguel me esperaba delante. Llegué por los pelos casa de Juan Romera el jornalero, y me escondí. No sé más de ellos, dicen que a Paulino le tienen apresado en Santa Cruz en la calle de San Francisco. Que le encontraron una pistola. De Amadeo no sabemos, igual consiguió llegar al puerto y coger el barco a las Palmas. Miguel y yo llevamos días escondidos en el "monte de la Esperanza".
Mamá lloraba . Y entonces entró Papá. Estaba pálido y con la cara afilada. Miró a Ernestina que estaba vestida con la ropa de Miguel. Los pantalones arrugados le quedaban largos. La camisa manchada y la chaqueta arremangada hasta los codos.  Dice que se ha tenido que disfrazar de hombre porque hay una orden de captura contra ellos. Les acusan de llevar armas y explosivos y de planear un atentado contra  la visita de Franco, que iba a venir en estos meses a la ciudad. Ernestina dice que no, que es mentira. Que ellos en el sindicato no se metían en eso.
He venido a avisarles, dijo: -No sé cuando volvemos. No hemos podido contactar, ni sabemos nada de Amadeo y Paulino. Intentaremos coger el próximo barco a las Palmas y de ahí a Venezuela – y salieron a toda prisa de la casa, apenas llevaban un morral con cuatro cosas.
La casa después de aquel día está muda y vacía. Quedaban olores a vino de las bodegas de don Miguel López, que mi padre guardaba, con los mostos esperando sus catas a la llegada del día de San Andrés. Donde Paulino y Amadeo siempre armaban el tenderete y cantaban hasta la madrugada. Ellos eran los mas guapos y bien parecidos, siempre impecables de traje. Repeinados para atrás. También queda el olor de las resinas de los eucaliptos enormes que flanquean la carretera. Queda el olor de papá cuando llega a casa  y de su ropa mojada y caliente por el cuerpo ajetreado de trabajar en el campo.También quedan las niñas, tan pequeñas,  agarradas a las faldas de mamá mientras tiende.
(continuará)

sábado, 13 de julio de 2019

LA VOZ DE MAMÁ




Buenos días, hijita. ¿Como te trata la vida? Yo no te llamo porque me salta siempre el contestador y me da rabia. Hoy está lloviendo. Fui a comprar pescado, huevas de sepia , papas a lo pobre y paella de verduras, media ración. Así no cocino y no mancho, que para mi sola no me merece la pena. Salí a las 12 y ya volví.
 Por la tarde, aunque llueva , a lo mejor voy a la Iglesia de los Ángeles. Es lejos. Si no han cambiado de ahí salen todas las cofradías. Y así camino. Tu sabes que me gusta caminar, hago ejercicio y me entretengo, me encuentro  allí con las otras señoras, gente de mi edad, ya están mayores, yo no me siento mayor, voy andando a todos lados,  a mi gracias a Dios si me duele algo salgo andar y se me quita. Sabes que no estoy enferma de nada, ellas toman tanta medicación. Yo nunca tomo nada, una aspirina que tu me mandaste alguna vez y ya está.
Dicen que mañana sale otra nueva hermandad. No te preocupes que si llueve yo me abrigo bien. Ahora ha vuelto a llover, ya lo se hijita que quieres que me quede en casa. Además la vecina me ha dicho que en la tele ha salido que hay alerta naranja. Yo es que hoy no vi la televisión.
Ahora el cielo está  nublado y vuelve a llover un poquito. Comeré y luego salgo un poco, así camino.
Te cuento, aunque me dijiste lo de la alerta al final salí a las 6 y llegué ahora.
Llovía muy poco cuando salí pero luego empezó un viento fuerte, se cayeron ramas y los árboles  estaban doblados. No podía abrir el paraguas, se rompía. No había gente por las calles y no vi ningún coche. No llegué a la iglesia , retorné porque me dio miedo. Ya se hijita, que  tenía que haberte hecho caso, ya sabes como es tu madre. Al final estoy viendo las cofradías en la televisión. Es nuestra tradición tan bonita.
Muchas bandas de música. A mi me gusta escuchar las bandas de música porque me recuerdan a ti y a tu hermano cuando tocaban. Tu tocabas el clarinete y tu hermano tan gracioso con el trombón, casi era más grande que él.
A mi siempre me gustaba ir en las procesiones al lado de la banda de música, me hubiera gustado tanto tocar un instrumento. Por eso les apunté a ti y a tu hermano, es tan bonito, esas tradiciones no se deben  perder, son nuestra cultura.
Te mando aquella foto que les hicieron a todos juntos en Semana Santa , en la Palma. Están tan guapos, tu con tu coleta, tu hermano tan serio. Tu madre buscando siempre en el baúl de los recuerdos, tu dirás que loca tu madre, que qué rollos te cuenta. Es que están tan graciosos los dos, vestidos con su chaqueta blanca y su corbata. Las madres somos así, siempre acordándonos de nuestros hijos, ya te darás cuenta cuando seas madre.
Ser madre es lo más grande que le puede pasar una mujer. Cuando volví de América me decían ya estás viejita, te vas a quedar solterona. Ya tienes con tus sobrinas, que te quieren tanto, pero yo quería mis hijos, porque “al que dios no le da hijos el diablo le da sobrinos”. Y mis sobrinas eran mis mimadas cuando volví de Perú, las regalaba de todo las vestía, las llevaba y traía. Y mi hermana encantada. Un día a tu prima Bibi, esa niña , era más mala, tan respondona. La peleé y me respondió, con un odio, como si fuera mayor, tan seria, déjame que tu no eres mi madre, la chiquilla, con cuatro años. Aquello me llegó al corazón, esa niña siempre tan altiva. Y yo dije, yo no, yo voy a tener mis hijos.
 Y a ti te tuve la primera, mi primogénita. Te tuve a ti porque yo quise, cuando yo quise. Antes había abortado 2 veces. La segunda vez fue una niñita morena, ya estaba yo de 5 meses y le vi el pelo tan negro. Hubieras tenido una hermanita mayor, morena como tu padre.
Yo me lo propuse, desde siempre quise tener 4 hijos, familia numerosa.  Pero a ti te hice yo. Yo quería una niña así y miraba todos los días el  cuadro del niñito rubio que lloraba, ¿te acuerdas, el que está en el salón?. Ese cuadro se lo cogí a mi amiga Rosi, que su marido era pintor. Miraba el cuadro y pensaba que mi niña iba a salir así.
 Me acuerdo que cuando naciste, te revisé de arriba abajo, la carita, las orejas perfectas, los piececitos, comprobaba que no te faltaba ningún dedito, los contaba una y otra vez, tan pequeñitos, con todas sus uñitas.
Y les escribí a tus primas que estaban estudiando en Londres. Les mandé una postal de navidad con un niño Jesús precioso, rubio con los ojos azules , sonriendo. Les dije , así es mi niña, rubia con los ojos azules, así igual que el de esta postal. Y tus primas se rían, decían , que loca está la tía, y se reían, estás loca decían, cuando volvieron y te conocieron se quedaron muertas, la tía siempre tan loca, pero mira como era verdad.
Siempre lo cuentan ellas y nos reímos mucho. Eras idéntica al niño Jesús de la postal. Así que saliste así porque yo te hice así, tan rubia , con los ojos grandes y azules como los de la familia, como los de tus primos y primas, y mis hermanas y los de tu abuela. Cuando ibas por la calle, la gente me paraba y decía, no se puede dudar que esta niña es de la familia. Yo no tengo los ojos azules porque salí a tu abuelo, pero los míos son color miel, casi verdes, tu y tus hermanas se ríen, y me dicen que es por el rimmel, a mi es que el rimmel me gusta verde o azul. Pero sí que los tengo verdes, míralos bien, como los de tu abuelo.
Parece que ya no va a llover más, después de chaparrón está todo lleno de charcos.
Tampoco hace viento, menos mal , porque las ventanas del salón están viejas y yo decía , ay muchacha, esto se va a salir volando.
Mañana  saldré a dar una vuelta a la asociación . Si no, es que me quedo sedentaria y me engordo. Me arreglaré bien guapa que aunque tu madre está mayor, tiene su “aquello”. A mi la gente siempre me dice que guapa soy , que interesante. Y yo me veo tan fea y tan vieja. Tu que dirás hijita, tu madre ya tan arrugada. Ya, ya lo sé, tu no dices nada.
A ver como hago, llevaré los tacones en el bolso, porque para ir a la asociación yo me pongo zapato cómodo. Está lejos, cerca del puerto, por la playa de la Malvarrosa. Allí luego por la tarde organizan baile. A mi me gusta bailar porque me entretengo y hago ejercicio.
Luego iré a comprar naranjas para hacer zumo. Siempre me acuerdo de ti hijita, come bien, duerme bien y haz ejercicio.
Un besito.

Mamá

jueves, 5 de noviembre de 2015

LA MIRADA LÍQUIDA



Sube al coche como cada mañana y cierra la puerta de golpe.Sentada en el espacio cálido que le ofrece el auto se siente protegida, respira profundo, se mira al espejo y se peina un poco el flequillo con los dedos, luego pone la música. Tiene la mirada cansada de sueño y los ojos líquidos de mirar al infinito. Mientras, el día despunta con una luz húmeda y resbaladiza.
“El destino no existe -le dijo."
El destino no existe pero tú y yo no hacemos mas que cruzarnos ,chocar ,derrapar ..en esta carrera sin sentido que llamamos vida.”

Permanece quieta ,muy quieta, agarrada al volante cual salvavidas,como hipnotizada por la luz roja del semáforo.Le gusta ese momento del trayecto hacia el trabajo, porque así huye del silencio que la abofetea y la golpea el alma cada hora que vive a solas en su piso, ese piso que heredó de la abuela, con su olor a casa vacía, a humedad, a legiones de ácaros y que a pesar de sus arreglos y sus muebles nuevos, nunca desapareció.No soporta el silencio porque se escucha por dentro con una voz que no es la suya, y que sin darse cuenta, le dice cosas despiadadas, le dice que es inútil insistir, que todo es surrealista , que nada encaja..Por eso sube mucho el volumen de la música dentro de su coche como si subiera a su vez el ruido de dentro de su cabeza, para no oírse más, para oírse menos.
La sobresalta el pitido rabioso de una bocina a su espalda.En esta ciudad enloquecida por la prisa no nos perdonan un segundo de indecisión y como respuesta pisa el acelerador con rabia .Cruzando la Gran Vía se siente invadida por un desamparo cósmico. Las caras dormidas de los transeúntes son como sombras que bostezan juntas, los carteles de los teatros a los que ya nunca va, ese caos de tráfico, le reconforta por lo familiar, la  triste y repetitiva rutina le amortigua el dolor.
Afuera, el cielo parece dilatarse y comienza a llover. Llevando la contraria baja la ventanilla para que el olor a mojado le enturbie el pensamiento. Todo parece temblar en cuanto las gotas de lluvia se adueñan de la luna delantera , pero no le impide circular, a posta tarda en activar el limpiaparabrisas, como si quisiera que el coche llorara lo que ella ya no puede y que así los recuerdos fueran arrastrados por el desagüe del hueco de alguna alcantarilla.Por unos instantes el espacio,las calles,los edificios...se derriten con el sonido del agua.
Ya enfila la arteria de asfalto que la expulsa de la ciudad, y  es entonces cuando siente un zarpazo de sol en los ojos. Todavía el telón del negro plomizo que habita entre los edificios no ha ganado la batalla al tímido sol de la mañana y pronto el arcoíris la recibirá en su huida .
“Madura Irene-le dijo- tienes ya 41 años, no puedes seguir creyendo en los mismos cuentos que cuando tenías 15 “ Y se quedó ahí, mirándole sin poder contestar, porque se le llenó la boca de un regusto amargo a moho ,que no la dejó decir nada.
Siguen esas palabras resonando en sus oídos como una taladradora. Lo ultimo que le escuchó antes de darse la vuelta y escapar con grandes zancadas . Por el espejo retrovisor lo vio alejarse hacia el portal de su casa mientras se hacía pequeño, lo veía empequeñecerse, como se ve encoger a la gente que se queda en la orilla cuando zarpa un barco. Y supo que era la última vez que le vería. Lo supo porque fue un acto consciente, una proposición firme y robusta. De eso hace ya más de 4 meses.

martes, 3 de noviembre de 2015

EL REENCUENTRO


Carmen llegó una mañana de Enero. 
Era una de esas gélidas mañanas del invierno madrileño con su cielo alto y despejado.El sol asomaba por el horizonte de edificios y antenas,luminoso,redondo,incandescente, resplandeciente como un sol de verano si no fuera por los pocos grados de temperatura con que amanecía aquel día.
Él la esperaba impaciente en una cafetería con grandes ventanales a la calle Fuencarral.
No recuerda cómo la vio entrar, no recuerda apenas lo que tomaron ni de que hablaron ,sólo que no podían dejar de mirarse. 
Se miraban,como dos niños risueños ,de arriba abajo , y cuando se chocaban con los ojos se entretenían un momento, como sí necesitarán reconocerse una vez más.
Paseaban,mientras conversaban, la mirada por sus rostros tan conocidos,tan rememorados durante años en la memoria, y ahora, esos mismos rostros, iguales pero distintos, cambiados por el paso del tiempo, cargando a la vista  con la misma sensación , la misma cercanía,la misma familiaridad, la misma ternura .
Disfrutaban con cierta timidez aquella insustancial conversación. Pequeños detalles sobre la familia,sobre los amigos en común,sobre el trabajo..Era difícil ponerse al día , se atropellaban en un remolino de preguntas, de respuestas, saltando de tema de aquí y de allá. Una conversación como las de antes, llena de silencios, de pequeños gestos, de risas contenidas, esas risas tontas que  se te ponen en la boca con la alegría del reencuentro.
Apuran sus cafés, todo es tan conocido y cotidiano que él ,de la forma más natural y sin pensárselo ,le pregunta sí quiere subir a su casa. Y ella dice que sí, que claro que sí.
Carmen ya había estado muchas veces en aquel apartamento ¡hacía tantos años de eso! pero seguía casi todo igual . Era un sexto sin ascensor, con grandes balcones a la Glorieta de Bilbao, sus techos altos de vigas vistas, su piso de madera crujiente con su olor  a antiguo, a vetusto.El salón, acogedor y luminoso, se transformaba al ritmo de los caprichosos rayos del sol,en una estancia mágica,con miles de destellos dorados bañando los muebles, las paredes, las figuritas , los libros..todos sus libros.
Nada más cerrar la puerta se quitan despacio los abrigos y no hablan. Se quedan un momento observándose a cierta distancia. Luego empiezan a acercarse despacio, hasta que simplemente se abrazan.
-¿Es esto lo que necesitabas? - le susurra ella al oído , mientras  se aprieta un poco más  a su abrazo y apoya la cabeza en su hombro.
Entonces él lanza un leve suspiro y también la abraza un poco más fuerte, mientras acaricia su pelo y su cuello.
-Si, te he echado tanto de menos.
Y así se quedan , plantados como una figura única en medio del salón , la respiración acompasada, el tibió calor del otro, el olor del otro, ese contacto tanto tiempo añorado.
Y se abandonan un poco, se entregan otro poco, a la ternura, al dolor de la excesiva ternura, mientras el tiempo se congela y queda suspendido a su alrededor en un gesto cómplice.



"El amor es algo así como volver a casa después de un largo, largo viaje"
Piper .OTNB

martes, 25 de agosto de 2015

LA PAREJA TÓXICA


Corro hacia el bar donde hemos quedado , llego tarde. He estado toda la mañana como un loco intentando acabar antes en la imprenta, dejarlo todo atado antes del almuerzo para poder comer juntos. Como siempre un imprevisto, un capricho de ultima hora de mi jefe, un último retoque  y aquí estoy, llegando tarde de nuevo.
Acelero el paso, sé que ella estará enfadada cuando llegue. -Otra vez tarde –dirá.
Siempre pasando factura por cada hora, por cada minuto de más que paso en la oficina y no con ella. Esa guerra sorda por mi tiempo, ese que no estoy con ella.
Lo tengo asumido, lo se, es muy celosa  y yo la excuso. No se lo puedo reprochar, es mi culpa, siempre ha sido así, un poco celosa, un poco desconfiada ,un poco posesiva.
Al principio eso me gustaba, si ,tal vez me gustaba, me gustaba mucho que me celara, que no pudiera vivir sin mí, que contara las horas para verme.
Pero ahora , ahora la situación se está haciendo insostenible, me ahoga , no me deja respira, tener que estar justificándome continuamente, haciendo una prueba de amor en cada gesto, en cada explicación.
Para ella nunca es suficiente, nunca son suficientes los “te quieros”, no le basta, quiere más, quiere mi rendición, quiere mi total y absoluta sumisión.
Le pertenezco hasta en el más mínimo de mis íntimos pensamientos. A veces me sorprende ensimismado, simplemente estoy ahí tumbado, mirando el techo o paseando la mirada hacia el infinito, me dejo llevar , solo eso. Y ella, a mi lado,  ahí está de nuevo, mirándome, su pupila se me clava como un dardo -¿que piensas? –me dice.
Recuerdo cuando me divertía contestarle cualquier tontería -¿en que voy a pensar? en ti mi amor, en nosotros -nos reíamos, le exageraba los “te quiero", los “te adoro” “hasta el infinito y más allá “decía. Tontas y almibaradas cantinelas de enamorados. Pero ahora, ahora es diferente, ya no se qué decirle, nada le basta. Me angustia, me desequilibra, soy un equilibrista precario que se tambalea en la cuerda, esa cuerda que se tensa y destensa  entre la angustia de su presencia y a la vez  de su ausencia.
La quiero, eso seguro, la deseo, la necesito, no puedo vivir sin ella. Pero a su lado me siento pequeño, minúsculo, sólo soy algo  y recobro la dignidad si tengo su aprobación. Sólo entonces.
Esta tarde la he notado especialmente crispada al teléfono, me pedía insistentemente que saliera antes, que era importante.
Llevo un nudo en la garganta, reflexiono que ha podido pasar, repaso mis últimas horas en el trabajo, la tarde de ayer, algo que dije, alguna cosa inoportuna, algo que hubiera pasado esta mañana, algún cambio que ella haya notado y yo, despistado, pasara por alto. No sé, he estado toda la mañana en la imprenta, no me he movido de allí. No entendía su tono amenazador. Mi móvil, no ha podido ser eso, lo he tenido encima todo el tiempo. Últimamente está  obsesiona con mi móvil, cada mensaje que llega, cada llamada la sobresalta, me supervisa mientras lo uso, me mira de reojo y lanza encendidas indirectas si lo miro en la sobremesa más tiempo del que ella considera necesario -estás enganchado a ese trasto -me dice. Sospecho que lee mis mensajes, que mira mis llamadas pero no quiero saberlo. No quiero saberlo.

 Ya llego, respiro angustiado, la veo de lejos, ahí sentada en nuestra mesa de siempre, es tan guapa, tan sexy, me aprieta una garra el pecho.
 Me muero por abrazarla, por besarla en el cuello mientras la huelo, una vez más, como tantas veces y no me canso nunca de su olor, de su sabor. Me muero por  estar con ella, por dormir con ella, por despertarme abrazado a su cuerpo.
-Hola, mi amor -digo mientras me quito el abrigo-¿qué tal?.
Ella me mira , sus ojos están tristes, pero su gesto es agrio, distante. Me besa en la mejilla con desgana y me aparta cuando intento abrazarla. Me tenso un poco más, trago un poco para sobrellevar el nudo en la garganta.

 No pasa nada me digo, ha tenido un mal día en el trabajo, haré lo de siempre, le diré muchas veces que la quiero, lo mucho que la quiero, lo feliz que me hace, lo que la necesito, lo especial que ella es para mí por encima de todas las mujeres que he tenido nunca. Sí, eso haré, luego, cuando esté más tranquila, la abrazaré de nuevo, apoyaré mi nariz en su cuello y le susurraré cuanto la quiero. Así sentirá lo que yo siento, este calor en el pecho, este que siento yo, no tendrá dudas cuando me mire a los ojos, estos ojos de tonto enamorado. Será fácil, sí, será fácil .Todo saldrá bien, ella  me quiere,  yo sé que me quiere, lo sé, y me perdonará, me perdonará una vez más .